¡Buenas tardes, lectores!
¿Cómo los trata este bello día de Diciembre?
Espero que muy bien. ◕ ‿‿ ◕
Hace poco me preguntaron por qué no subía lo que me dedico a escribir. La respuesta es bastante sencilla: no lo hago, primero y principal, por miedo al plagio. Amo demasiado mis escritos como para permitir que alguien me los robe. Lleva tiempo y esfuerzo -más del que creen- plasmar en una hoja o en un documento de word lo que uno tiene en la cabeza. Segundo, no subo lo que escribo porque siempre mis escritos pasan por varios 'testers' antes de ser finalmente aceptados.
Deben comprender que soy muy crítica y perfeccionista con mis cosas. Mis libros son lo que más amo en el mundo, es de lo que me gustaría vivir en el futuro. Son mis pequeños bebés, por así decirlo.
Hoy decidí subir este prólogo. Lo escribí hace casi un mes, y es una idea para una nueva historia que tengo en mente. Algunos saben que en este momento me encuentro escribiendo dos libros al mismo tiempo. Si bien los tengo algo relegados porque he estado ocupada, esos dos son mis proyectos más recientes e importantes. Para el 2015 espero tenerlos terminados y, si todo sale bien, voy a hacer lo que esté a mi alcance para publicarlos.
Les pido que lo lean y me dejen su opinión. Admito que no soy muy buena al momento de recibir críticas destructivas, pero las que sean para beneficio de la historia van a ser más que bienvenidas.
La sala se encontraba abarrotada de personas, teniendo en cuenta lo pequeña que era. El calor que irradiaban las luces era impresionante. Micrófonos por doquier, captando hasta mi respiración. A mi lado, luciendo radiante y completamente tranquila, estaba la periodista. Su cabello largo y rubio caía en cascada por su espalda. La chica debía medir cerca del metro ochenta, por lo que sus piernas eran largas y contorneadas. Llevaba puesto un trajecito de lino color terracota, acompañado de unos tacones bajos negros. Sus ojos azules me observaban con inquietud. No recordaba haberla visto mucho en televisión, así que estaba segura de que esta sería la nota de su vida. Y sería a costa mía, por supuesto.
Suspiré. La tensión del ambiente era tal que podía palparse. Mis padres junto con mis dos hermanos me miraban desde sus sillas perfectamente situadas a varios metros del set. Estaban allí como mi apoyo moral, claro, pero sabía que me sacarían en cuanto la cosa se tornase complicada. Mi padre vestía un traje gris claro con camisa blanca. Tenía el primer botón desabrochado. Su cabello negro entrecano hacía resaltar sus ojos color ámbar. Yo tenía los mismos ojos que él. Mis hermanos también, de hecho. Los de mi madre, por su parte, eran verdes. Ella se había puesto una falda negra, camisa blanca, y tacones negros. Su cabello pelirrojo claro estaba atado en una coleta suelta. Mis dos hermanos iban iguales: trajes negros, camisas blancas, y rostros sombríos.
Las cosas durante los últimos tres meses no habían sido sencillas. Sobre todo para mí. Era por eso que estaba allí. Debía darle una declaración a algún medio para que me dejaran en paz. Evidentemente no conseguían hacerse a la idea de lo que había sido ese calvario, porque lo único que pedían a gritos era una exclusiva. ¿Se habían puesto a pensar en lo que implicaba recordar cada maldito detalle de lo ocurrido? Era como ir al infierno una y otra vez. Pero compadecerse de mí no les iba a dar rating, así que presionaron a mi familia durante dos semanas hasta que estuve lo bastante estable –mentalmente hablando– como para hablar con la entrevistadora.
Los productores iban y venían, anotando cosas, hablando por sus micrófonos, dándole directivas a la periodista, y pidiéndome que hiciese lo posible por relajarme. ¿Cómo esperaban que hiciese eso? Estaba a punto de contarle al mundo una de las cosas más atroces que le pueden ocurrir al ser humano, y ellos se lo tomaban con total liviandad. Como si el hecho de haber sido secuestrada durante un mes, mutilada, golpeada, y violada sistemáticamente día tras día no contase en absoluto. ¿Cuándo comprenderían que era mi vida de la que estábamos hablando? De mi experiencia, de mi supervivencia. No era una historia con final feliz. ¿Acaso podría tenerlo?
—Cuando estés lista, Ivy—dijo un camarógrafo, dirigiéndose a la periodista.
Ella sonrió, mientras que yo me estremecí. Éste era el momento. Aquí era cuando exponía mi alma al mundo. Estaba aterrada. Miré en dirección a mis padres, sintiéndome desfallecer. No podía hacer esto. No sería capaz de narrar todo lo ocurrido. Ellos pedirían detalles, querrían saberlo todo, y yo no podría nunca explicar mi historia sin largarme a llorar a la mitad del relato. Había sido una completa imbécil al ceder. Vendí mi alma al diablo en el segundo en que acepté dar una nota. Pero allí estaba: mirando al suelo, sintiendo el aire escaparse de mis pulmones, a punto de sufrir un ataque de pánico frente a millones de personas que me verían desde sus hogares.
—Respira, Nina, todo irá bien. Tienes mi palabra—susurró Ivy en mi oído.
Tragué con algo de dificultad y asentí. Debía ser fuerte. Tenía que enfrentar esto. De algún modo debía dar a conocer lo que me había ocurrido. Muchas personas intentaban comunicarse a diario conmigo. Se lamentaban por mí. Sin yo saberlo, hubo gente que se preocupó por mí durante todo el tiempo que permanecí cautiva. Gente que nunca me había visto, que no me conocía. Gente que rezaba para que apareciera sana y salva. Gente que no imaginó nada de todo lo que verdaderamente me pasó entre esas cuatro paredes. Jamás podrían hacerlo.
Uno de los camarógrafos nos hizo señas de que estábamos por salir al aire. Los nervios me corroían por dentro. Sentía como si las paredes se fueran achicando de a poco, presionándose contra mí, al punto de asfixiarme. Diablos. La sensación de asfixia era demasiado conocida y completamente aterradora. La piel se me volvió de gallina cuando la luz de la cámara se tornó roja.
—Buenas tardes, Los Ángeles. En el día de hoy tenemos una programación especial—Ivy respiró hondo y formó la sonrisa más triste que vi en mi vida—. A mi lado tengo a una persona muy importante para todos nosotros. Durante un mes entero estuvimos en su busca, rogando que se encontrara sana y salva—la cámara me enfocó de lleno, obligándome a bajar la mirada—. Se trata de Nina Bouffard, la chica de veinte años que fue secuestrada el pasado cinco de marzo para luego ser puesta en libertad el ocho de abril.
Levanté la vista un momento, fijándome en la cámara. ¿Qué estaría pensando la gente que me observaba? ¿Serían capaces de ver todo lo que me había ocurrido? ¿Podrían imaginar las cosas por las que había pasado? Realmente esperaba que no.
—Nina—dijo suavemente Ivy, colocando su mano sobre la mía. La calidez que irradiaba me tranquilizó sólo un poco—. Cuéntame, por favor, ¿cómo fue para ti estar todo ese mes... encerrada?
Ni siquiera ella misma, siendo una periodista, podía decir la palabra correcta. ¿Encerrada? Podría haber pasado un mes encerrada en mi casa sin siquiera notarlo. Podría haber estado de vacaciones en un hotel, en una cabaña, o en una jodida isla remota. No. Yo no había estado ‘encerrada’. Había sido raptada, metida en una caja de zapatos, golpeada hasta el punto del desmayo, y violada hasta que mis terminaciones nerviosas decidieron dejar de funcionar. Había una enorme diferencia entre lo que a mí me había ocurrido, y el término que ella había decidido utilizar. Una enorme y desgarradora diferencia.
Mordí mi labio y respiré hondo. ¿Cómo podía explicarle lo que había sido? Sólo una persona que ha pasado por ello puede comprenderlo. Era demasiado duro. Negué con la cabeza.
—No tengo modo de decirte lo que fue. No podrías entenderlo.
Su mano derecha se cerró con fuerza alrededor de los papeles que tenía sujetados, con impotencia. Así no era como imaginaba la nota de su vida, estaba claro.
—Por supuesto. Ninguno de nosotros podría llegar a comprender lo que te ocurrió. Pero intenta contarnos la experiencia.
Casi podía escuchar a su cerebro gritando la palabra ‘detalles’. Hice un esfuerzo para no rodar los ojos. Decidí que lo haría, pero no por ella y su ansia de tener una nota exclusiva, si no por toda la gente que realmente quería saber qué había sido de mí. Incluida mi familia. No había sido capaz de contarles la verdad. Los médicos decían que era normal que me encerrara en mí y que no quisiera hablar de lo ocurrido, pero ellos merecían saber. Así que le dije todo. Cada dato morboso y escalofriante. Cada recuerdo triste y desgarrador. Cada situación humillante e inhumana. Le conté todo, comenzando por el momento en que fui secuestrada. A medida que iba hablándole a la cámara, un túnel oscuro se abría en mi cabeza trayéndome miles de recuerdos. Uno peor que el anterior. Era como vivir todo de nuevo. Sentía sus manos sobre mí, los golpes, el hambre, la sed, la desesperación. Debía parpadear cada seis o siete segundos para recordarme que ya no estaba allí. Ahora estaba a salvo.
Sin embargo yo me sentía cualquier cosa menos a salvo. Desde el momento en que abandoné el rincón de mis pesadillas, comenzó la segunda parte de la tortura. Debía regresar al mundo real y continuar con mi vida. Mi familia intentó todo para que me sintiese tranquila, no obstante el pánico no me abandonó. Noche tras noche me desperté a los gritos, intentando quitarme de encima los cuerpos que sólo estaban en mi mente. El llanto era moneda corriente. Mi madre lloraba por no ser capaz de consolarme. Mi padre lloraba por no haberme encontrado a tiempo. Mis hermanos lloraban por no haber podido evitarlo. Todos ellos tenían algo que recriminarse, algo por lo que culparse. Yo no tenía fuerzas para explicarles que ninguno era responsable de mi secuestro. Así que durante dos meses estuve librando una batalla conmigo misma. Costó mucho salir a la calle sin sentir que alguien me seguía. Ya no podía estar cerca de hombres o chicos de mi edad. Sencillamente el pánico era demasiado grande.
— ¿Qué fue lo peor que te hicieron, Nina? —preguntó Ivy, luego de cuarenta y cinco minutos.
Sonreí con tristeza, sabiendo la respuesta sin necesidad de pensarla.
—Cualquiera podría decir que lo peor fue el daño físico—mi voz se fue apagando poco a poco, recordando cosas muy puntuales de mi estadía en la casa del horror, por lo que tuve que carraspear—. La gente podría pensar que el hecho de que me violaran o me infringieran dolor físico de otro tipo fue lo peor. Sin embargo la respuesta no es esa—noté la sorpresa de Ivy al escucharla emitir un jadeo ahogado—. El daño que le provocaron a mi cabeza fue mil veces peor. Me hicieron creer que ya no tenía nada, que no era nada. Me despojaron de cualquier rastro de cordura. Creí que iba a morir allí, en ese sótano. Día tras día se encargaron de hacerme saber que no sobreviviría. ¿Tienes idea de lo que es vivir pensando que el respiro que estás dando podría ser el último? Me quitaron todo lo que tenía. Me arrebataron la dignidad, mi integridad, y hasta se quedaron con mi esperanza. Se llevaron incluso eso: mi esperanza de vivir. Ningún ser humano es capaz de seguir respirando sabiendo que va a morir de un modo u otro.
Ivy tuvo que limpiarse las lágrimas que habían comenzado a rodar por sus mejillas. A lo lejos, pude ver a mi madre llorando en el pecho de mi padre. Él dejó que sus lágrimas rodaran por su rostro. Mis hermanos tenían los ojos cerrados. Josh y Luke eran exactamente iguales. No sólo porque eran mellizos, sino porque siempre actuaban de forma similar. Su cabello era una mezcla de castaño con pelirrojo, justo como el mío. En ese momento Luke se encontraba mordiendo su puño, mientras que la barbilla de Josh temblaba. Ellos tenían dos años más que yo, y no tenía idea de lo difícil que debía ser para mis hermanos verme tan rota y no poder curarme.
Las preguntas continuaron por un tiempo excesivamente largo. Era la primera vez que contaba la historia. No había querido hacerlo con los médicos o terapeutas. Insistían con que debía hablarlo para poder mejorar y salir adelante, pero la verdad era que no podía explicarles nada. Llegaba un punto en que no conseguía discernir qué era real y qué no, qué era pasado y qué presente. Todo se volvía un revoltijo en el que el único resultado era yo tendida en una cama con muchas drogas en mis venas para lograr calmarme.
—Bueno, Nina, esta será la última pregunta, ¿de acuerdo? Has sido muy valiente hoy al haber venido. Estoy segura que todos los que nos están mirando piensan del mismo modo. Sin embargo hay una única cosa que la policía decidió no comentar con los medios, y nadie de tu entorno ha querido decir nada al respecto tampoco.
Vi la pregunta formarse en su mente antes de que ella siquiera la pronunciara. La única cosa de la que realmente no deseaba hablar. El único recuerdo que venía una y otra vez a darme caza por las noches, provocándome una desesperación inimaginable. Aun así le sonreí con cordialidad.
— ¿Qué es lo que quieres saber?
La periodista me devolvió la sonrisa. Podía decir que incluso a ella le incomodaba tener que preguntarlo. Había un motivo por el cuál la policía había decidido no hacer declaraciones al respecto. Y la única razón era protegerme de la vorágine que se sucedería en cuanto los medios lo supieran. Porque entonces no me dejarían en paz nunca.
— ¿Cómo conseguiste escapar? —preguntó con un hilo de voz.
Un nudo enorme se formó en mi garganta, haciéndome retroceder en el tiempo. Nada que hiciera o dijera podría alejar esos recuerdos de mí... ni prepararme para lo que me causaban. El olor a suciedad hizo su camino hasta mis fosas nasales. La sensación de encierro dio de lleno contra mi pecho. Cerré los ojos, en un débil intento de mantener los recuerdos a raya. Los ruidos. Los ruidos se filtraban en mis oídos. Los gritos, los insultos. Mis ojos se llenaron de lágrimas y me dejé vencer. Largué el sollozo que había estado conteniendo durante las últimas dos horas. Ivy cogió mi mano y dijo algo que no conseguí escuchar. Supuse que eran palabras de aliento. Sabía que estaba ahogándome en mi propio llanto y que esa imagen se encontraba en los hogares de miles de personas, pero no podía evitarlo. Una a una fueron cayendo sobre mí las escenas de mi último día de cautividad. Me atormentaban, me perseguían.
— ¿Nina? —susurró Ivy— Sé que es difícil, pero tienes que intentarlo.
«No, maldita hipócrita, no tienes ni la más mínima idea de cuán difícil es», pensé.
— ¿Cómo lograste escapar? —preguntó nuevamente.
Mordí mi labio y miré a mi familia. Mi padre tenía la vista clavada en mí. Su rostro estaba rígido por la rabia. No quería que me expusieran de ese modo. Porque ellos lo sabían, por supuesto. Jamás habían preguntado nada, pero estaban al tanto. La policía debía haberles contado. El psiquiatra no me había presionado para que le dijera, sin embargo reiteró mil y un veces que era preciso que lo hiciera. Que nunca dejarían de perseguirme las pesadillas si no hablaba. Dentro de todo el infierno que había vivido, ese era mi propio pecado. No importaba la circunstancia, mi conciencia no estaba limpia. No lo estaría jamás. Observé a la cámara y cerré los ojos.
—Los maté—murmuré—. Los maté a los tres.
Ese es el prólogo que escribí.
Se lo di a NA Praiack -autora de la saga JAVER- para que lo leyera, y ésta fue su respuesta:
(dar clic en la imagen para agrandar)
Una parte está tapada porque estábamos hablando sobre los libros que estoy escribiendo actualmente y no quiero que se sepa mucho sobre ellos todavía. De todos modos, me emocionó lo que
NA me dijo. Tiene una forma de decir las cosas que te hacen sentir especial.
◕ ‿‿ ◕
Ahora sí, la gran pregunta:
¿Qué les pareció?
Espero sus comentarios.
¡NOS VEMOS!