21/11/16

[Bon Voyage: Bitácora] San Clemente del Tuyú

Gracias a Nikola Lazarevic aka Colaja por el tutorial
Eran cerca de las 10.30pm del ocho de octubre cuando llegué a San Clemente. El viaje se había planeado con tan poca anticipación que tenía una inmensa ansiedad recorriéndome las venas. Las cinco horas y media de Capital a la costa se me pasaron bastante rápido. Fue hermoso poder ver las estrellas sin las luces de la ciudad distorsionándolas. Iba con una sonrisa tonta pegada en el rostro por una sencilla razón: era el primer viaje, la primera escapada, que hacía por mi cuenta. No solía invertir mucho en viajes -gran error- así que me planteé hacerlo. He aquí mi primera experiencia.

Como decía, llegué cerca de las 10.30pm. Estaba fresco, por supuesto. Los que vivan en Argentina sabrán que este año la primavera se está ausentando un poco, así que no hizo mucho calor. En la terminal de ómnibus no había casi movimiento. Me habré tardado unos veinte minutos en conseguir un remis y tuve que llamarlo por teléfono. Otra cosa diferente a Buenos Aires: no hay taxis. Ustedes dirán "qué colgada" o "y, sí, flaca"... Pero hace tantos años que no salgo de la Capital que había olvidado eso. Acostumbrada al tráfico de acá, a lo acelerados que vivimos, llegar a un lugar tan tranquilo se me hizo raro. Sin embargo la emoción no se iba. Disfruté hasta de eso: la espera.

Llegué al departamento para las 11pm, creo. Podía oler el mar. Olerlo. Mi mejor amiga consiguió un lugar que quedaba a unas dos cuadras de la playa. Ideal, sin duda. Y como es chef y sabía que venía de trabajar, me esperó con comida. Es la mejor del mundo, ¿o no? A eso no le saqué foto ni nada, pero recuerdo que había unas milanesas vegetarianas, unas albondiguitas y verduras al escabeche (creo que era eso, je). Estaba todo demasiado rico. Cuestión que luego de eso salimos un rato. Nunca había estado en San Clemente. Hacía años que no iba a la costa. Lo primero que me hizo ver fue el mar. Casi que se me cayeron las lágrimas, gente. Uno no sabe cuánto extraña algo hasta que lo vuelve a tener cerca, y es tal cual. Tomamos un helado, me hizo un mini tour por la avenida principal, conocí el casino, y volvimos al depto.

No crean que es una gran ciudad, eh. Es más bien un pueblo. El remisero que me llevó cuando llegué me comentaba que mucha gente de Capital empezó a irse para allá. La vida acelerada de Buenos Aires no es para todo el mundo, y muchos necesitan descansar cuando llegan a cierta edad. Al menos eso supongo. Yo AMO esta ciudad, pero reconozco que de vez en cuando necesito salir para desconectarme. Más que nada después de todo lo que me ocurrió en el último año (tema para otra publicación, créanme). De todas maneras, si son de aquellos que tienen intenciones de rajarse por tiempo indeterminado y San Clemente es una de sus opciones, tengan en cuenta que el agua corriente no es potable. Eso fue algo que me complicó un poco la existencia, porque como buena pisciana que soy amo estar años bajo el agua 👉👈

Con mi amiga habíamos decidido hacer un viaje super gasolero porque la realidad económica de ambas era medio penosa, pero cerca de Sancle está Mundo Marino y las Termas. Si no van en auto, hay colectivos, si mal no recuerdo, que los pueden llevar. También remises, por supuesto. Algo que prevenimos con anterioridad fue el asunto de la comida. Nos llevamos de acá fideos, arroz, té, y cualquier otra cosa que nos pudiéramos hacer así no gastábamos de más. Lo hicimos igual, obvio, pero la intención estuvo.

Mi primer día ahí -tengamos en cuenta que llevaba unas doce horas allá- empezó así. Hacía años que no me despertaba con el sonido de los pájaros. Esa paz, esa enorme y bien recibida paz, fue lo que respiré el domingo nueve de octubre al abrir los ojos. Salí al balcón sólo para ver qué era lo primero que podía llevarme de San Clemente. El cielo estaba azul, ni una nube a la distancia, no hacía frío, había olor a mar y no se escuchaban ni bocinazos, ni gritos, ni ruido del tráfico. Nada. Bueno, no sé ustedes, pero yo necesitaba ese grado de tranquilidad. Creo que había leído que iba a llover o algo así, pero por suerte los planetas quisieron darme un respiro y me dejaron tener mis días lindos.

Vero, mi amiga, había hecho torta fritas (¡TORTA FRITAS!) para desayunar. Por el bien de mi pobre hígado destrozado luego de una hepatitis a los seis años no me conviene comer cosas fritas. ¿Pero qué iba a hacer? ¿Decir que no? Era domingo, 11am, estaba de mini vacaciones, y me habían hecho el desayuno. ¡Me sentía por demás de feliz!

Entonces nos fuimos a donde yo más ansiaba ir: la playa. 😍 El sonido del oleaje se sentía cada vez más a medida que nos íbamos acercando. Parecía una nena de cinco años saltando de alegría. Afortunadamente cuento con una mejor amiga que no juzga y se divierte con mis actitudes cuasi infantiles 👀 Caminé un rato descalza sobre la arena, cargándome de energía. Hacía frío pero aun así metí los pies en el agua. Me dio una sensación preciosa.

Si se fijan en la portada de esta entrada, van a ver la foto que saqué cinco segundos antes de que el agua me cubriese los pies (santificada sea la cámara de mi teléfono que captó los momentos memorables de este viaje). Tiramos unas mantas y nos sentamos por ahí. Pusimos algo de música. El viento iba aumentando, pero tomamos mate y respiramos ese aire salado que te llena tanto los pulmones como el alma. Quizá para muchos leer esto sea tonto o aburrido pero yo necesitaba tanto empezar a viajar y hacer cosas por y para mí, que esos casi dos días los atesoro inmensamente. Por eso es que también decidí abrir esta sección. Para dejar por escrito lo que me causó.

Después de un rato,  no recuerdo cuánto fue, nos fuimos a caminar por la avenida principal. Comimos unas rabas, unas papas, y recorrimos. Me compré una malla -algo a lo que me negaba rotundamente y que necesitaba con seria urgencia-, vi unos alfajores que compré más tarde para traer de regalo, y después nos fuimos a descansar un rato. Esa noche la pasamos bastante bien. Vero se mandó unos tallarines con crema al verdeo y compramos algo de alcohol. Me emperré en probar una Corona... pero no hubo caso. No importó cuánto limón le pusiera, no funcionó. La cerveza y yo no vamos de la mano 😒

Como el Universo no siempre está a mi favor, a eso de las doce de la noche me agarró una migraña atroz. Estuve horas sufriendo hasta que por fin me dormí. Antes de organizar este viaje me había propuesto ver el amanecer. Nunca lo había visto en Buenos Aires ni en ninguna otra parte (sí, bastante triste), así que quería tachar eso de la lista de "antes de morir". Cuestión que me había puesto el despertador la mañana del domingo pero había estado muy nublado así que no me levanté. La madrugada del lunes fue otro cantar. Me desperté sin dolor de cabeza y completamente decidida a ir a la playa. Me cambié, me abrigué, y me fui.
Bueno, gente, me encontré con esto.

¿No es acaso una de las cosas más bellas que hayan visto? Quizá los que leen sean viajeros experimentados que han tenido la suerte de conocer lugares exóticos e impresionantes, pero de todas formas amé poder estar ahí. Presencié un amanecer bellísimo. Llegué a la playa cuando todavía no había salido el sol. Lo vi ascender y posicionarse sobre el mar. Una de las tantas fotos que saqué fue esta. Lo filmé, incluso. Estar ahí me hizo sentir algo así como infinita.

El viento golpeaba medio fuerte pero no tenía frío. Recuerdo que me fui abrigada, bastante, pero no sentía frío alguno. Tenía sueño, estaba cansada por no haber dormido mucho ni demasiado bien por el tema de la migraña, pero podría haberme quedado ahí indefinidamente. Algunas personas corrían o caminaban cerca de la orilla. Otros jugaban con sus perros. También estaban las típicas parejitas que van a acurrucarse luego de salir del boliche o algo por el estilo. Supongo que había de todo un poco. Y yo ahí, entremedio de todo eso, feliz.

Al cabo de un rato volví al depto y me acosté. Me levanté medio tarde. Ese día ya nos volvíamos a Capital así que ordenamos y limpiamos todo, fuimos a la playa una última vez y luego a comer algo. Ahí sí que me dio frío. Confiada me llevé ojotas. Se levantó un viento tremendo. Cuando fuimos a almorzar tuve que cubrirme los pies con un toallón porque se me congelaban 👀 Nos compramos unas golosinas y volvimos al depto a prepararnos para la partida. No había muchas ganas de retornar a nuestros pagos, soy honesta.

¡Regresando! Esta fue nuestra última foto juntas en San Clemente, en el hall del edificio. Muchos de mis mejores momentos son siempre con ella: loca, espontánea y optimista hasta la médula. Compartimos casi dos días enteros. Un viaje improvisado, económico, y maravilloso. *envidien la super mochila de mi amiga*

Ya hace un tiempo que decidí empezar a viajar más. Esta escapada salió casi de la galera. Lo planteamos un sábado, lo conversamos un domingo y compré los pasajes un lunes. Al sábado siguiente ya estábamos en viaje.

Todo surgió super rápido pero, después de todo, así es como se dan las mejores cosas en la vida: de improviso.
Espero que les gustara esta primera publicación de mi bitácora de viajes. Y ojalá no deje de publicar en el blog je
Los dos siguientes que tengo en mente son sobre mis vacaciones ya planeadas, armadas y pagas. Unas son en enero y las otras en marzo. No voy a comentar dónde, así es sorpresa (? De todas maneras, si llego a viajar a algún otro lugar también lo voy a subir.

¡MUCHAS GRACIAS POR EL AGUANTE!


2 comentarios:

  1. Me emocionó leer como había sido para vos ese viaje.pero ahora que lo leo me doy cuenta que lo vivimos de la misma manera.al leerlo me robaste una sonrisa y volvieron a mi los recuerdos del viaje. Gran escrito como siempre. Gracias por el detalle de contar sobre mi comida jajaja.😊 ansiosa por leer de tu próximo viaje!😘

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  2. Me emocionó leer como había sido para vos ese viaje.pero ahora que lo leo me doy cuenta que lo vivimos de la misma manera.al leerlo me robaste una sonrisa y volvieron a mi los recuerdos del viaje. Gran escrito como siempre. Gracias por el detalle de contar sobre mi comida jajaja.😊 ansiosa por leer de tu próximo viaje!😘

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